Una carta muy personal
Hoy es un día especial, un día distinto para mi, hoy no trabajo, pedí tres días de vacaciones y con un solo objetivo: tener tiempo para pensar. No deseo viajar a ningún lugar exótico ni tampoco visitar a nadie conocido, solamente pensar. Por supuesto que al principio mi rutina interrumpida abruptamente me sume en una especie de anarquía existencial esperable como si fuese una clásica adicción pero, poco a poco comienzo a adaptarme de nuevo a mi transformada realidad.
La palabra rutina suele llevar asociada una connotación negativa, se habla de huir o escapar de la rutina como si uno fuera a evadirse de una cárcel, evidentemente las rutinas tienen muy mala fama pues te las impone naturalmente la vida: tienes que levantarte a tal hora, tienes tanto tiempo para desayunar, tienes que trabajar tantas horas, te quedan tantas horas para dormir y así irremediablemente todos los días. Me hace recordar esa vieja película argentina de 1969 con Norman Brisky, La Fiaca, donde un típico empleado de oficina decide un día rebelarse frente a su rutina y no va a trabajar porque tiene "fiaca". Su familia, sus amigos y sus empleadores intentan disuadirlo sin éxito, el resiste pero la realidad siempre se termina imponiendo, a medida que el tiempo pasa su situación se complica afectiva y económicamente y así se frustra su rebeldía.
Abandono mi rutina cotidiana pero no deseo reemplazarla por otra, solo pensar, aunque esa acción es una cosa que creemos hacer todos los días, la ausencia de la rutina de siempre permite pensar en otras cosas, mas espontáneas, mas frescas y creativas. Por ejemplo: verme donde y como estoy parado en este mundo, en mi vida, en mi familia y en mi trabajo; nuevos proyectos superadores que lleven mis sueños a la realidad; tratar de ver la realidad con otra mirada, desde otros ángulos, en otros perfiles y con colores y brillos diferentes.
Resulta muy placentero ahora poder caminar muy temprano, en las frescas mañanas otoñales de las kraiot, en búsqueda de mi añorado mar Mediterráneo, pisar sus blandas arenas, mojarme en sus cristalinas aguas y sentir el aroma salobre que trae su brisa; es como dice Serrat: estar entre la playa y el cielo. Esa misma playa y ese mismo cielo que me acogieron y me dieron su bienvenida cinco años atrás, cuando llegue a esta bendita tierra.
Es una sensación deliciosa el poder chatear sin apuro con mi hijo Adolfo, a mas de 20.000 km. de distancia, hablando de sus proyectos, de su vida y de sus sentimientos en Argentina, de la misma forma que cuando el era pequeño.
Siento la vaga sensación de un vacío temporario, que desaparece por arte de magia todos los viernes y sábados israelíes, mis entrañables amigos de Kiriat Bialik y los esplendidos encuentros en los típicos boliches de las kraiot o en nuestros hogares, amigos que durante la semana están enfrascados irremediablemente en sus respectivos trabajos. Lamentablemente un lunes o un martes no dispongo de esos encuentros memorables donde entre cafés y cervezas protagonizamos las mas importantes, profundas y amenas polémicas, donde terminamos arreglando todos los problemas sociales, económicos, políticos y filosóficos del universo.
“ La Rutina es un esqueleto fósil cuyas piezas resisten a la carcoma de los siglos. No es hija de la experiencia; es su caricatura. La una es fecunda y engendra verdades; estéril la otra y las mata. La Rutina, síntesis de todos los renunciamientos, es el hábito de renunciar a pensar".
Ingenieros, José: El hombre mediocre, Buenos Aires, Longseller, Clásicos de Bolsillo, 2002.