30 de marzo de 2010

El pueblo del borde, el pueblo del cruce



Querido amigo/a:

Mientras aquí en Israel estamos vivenciando esta hermosa fiesta de la libertad y de la primavera, deseo compartir contigo esta profunda y lúcida reflexión enviada por mi amigo Américo Figueroa desde Buenos Aires, Argentina.

Un gran abrazo.

Guido Maisuls
Kiriat Bialik, Israel, IL
http://cartasdesdeisrael.blogspot.com/


Si no soy yo ¿quién?, si no es ahora ¿cuando?

(Hillel)


EL PUEBLO DEL BORDE, EL PUEBLO DEL CRUCE


de: historiabierta@yahoo.com.ar



Decimos estamos al borde cuando nuestra situación personal, familiar o laboral, por ejemplo, ha llegado a un punto límite y nos vemos obligados a tomar una decisión o no tomarla, y según lo que decidamos las opciones cambiarán. Inclusive, llegados al borde de un acantilado, podemos aferrarnos a ese precario borde con la esperanza de que la inacción podrá rescatarnos sin necesidad de hacer algo al respecto. Esto último se puede llamar también abandono, indiferencia y a veces incluso cobardía.


Lamentablemente a veces hay más ejemplos de inacción que de actitudes positivas, y es una realidad que debería llamarnos la atención, porque las reuniones convocantes en temas cruciales no suelen contar con la asistencia masiva de la comunidad; tal vez haya un problema de comunicación o quizá de cierta indiferencia en el sentido de preguntarse: ¿Cuál es la diferencia si concurro o no? El apoyo de los miembros de nuestro pueblo siempre hace la diferencia, al menos hace público el hecho de que estamos vivos, que respondemos a los estímulos que lastiman nuestra piel y que nos identificamos y deseamos expresarnos.


Es una manera de cruzar el borde y decir "aquí estamos" , porque el hecho cierto es que históricamente hemos sido un pueblo colocado al extremo innumerables veces, desafiados a cruzar todo tipo de límites y fronteras, y muchas veces también nos hemos animado a cruzarlos aceptando los desafíos de la hora. Asimismo se puede estar al borde respecto a nuestra salud física o mental, víctimas de nuestros miedos, limitaciones y quebrantos, asidos precariamente a los bordes, tal vez incapacitados de pedir ayuda y sin opciones, salvo abandonarnos y sucumbir.


Una institución, un gobierno, una nación, inclusive una civilización no son inmunes al respecto. No es improbable que se presente una situación crucial que las coloquen al borde del caos o la disgregación, y verse forzadas a intentar una estrategia exitosa o quedarse a presenciar el derrumbe. En ningún plano de la existencia es posible asegurar estabilidad sin cambios ni seguridad permanente. Aún desde nuestros genes puede advertirse que la vida implica riesgos y acechanzas, y hasta nuestros instintos nos advierten con claridad cuando estamos llegando al borde.


Preguntarse hoy qué significa ser judeo propone colocarnos en una disyuntiva de opción, de borde, a solas con la conciencia y nuestra situación concreta, y nos obliga a cuestionar desde el pensamiento y el instinto donde estamos parados, en qué estadio nos hallamos y qué camino debemos seguir. En nuestra larga historia de más de cuatro mil años hemos tenido muchos hoy , muchas alternativas individuales y colectivas que en su momento han sido juzgadas cruciales, al borde del precipicio, porque es necesario recordar que si bien somos un pueblo de bordes, también somos un pueblo de cruces.


La tercera dinastía de Ur, caldea, cayó en manos extranjeras hace cuatro mil cien años, y gran número de arameos y otros grupos semitas debieron cruzar el Éufrates y abandonar el país . Entre esos emigrantes estaba Abraham, que no sólo fue forzado a abandonar su suelo sino además el culto de sus ancestros, e inaugurar una nueva etapa, diferente, cargada de acechanzas en un medio extraño, a veces impiadoso. Llegó al borde y se animó a cruzar, pero lo hizo apoyado por una voz interior que le prometió una fecunda y larga vida, la tierra de Canaán-Israel en heredad perpetua y una ilimitada descendencia, pues el nombre mismo de Abraham significa padre de multitudes.


Decía Sartre que la situación del judeo es de tal naturaleza que le obliga a una permanente opción: la adaptación o el cambio. Adaptarse significa asimilarse -si sus enemigos se lo permiten-, adoptar la cultura del medio, mimetizarse, hacerlo lo menos visible que se pueda, al extremo de aceptar el estereotipo de judeo casi odioso que los demás ven en nosotros y dejar de ser nosotros mismos. Es la actitud adoptada por quienes Sartre denomina "judeo inauténtico"; es el que intenta congraciarse y convertirse en el clásico "amigo judeo" de cuya compañía se complacen y vanaglorian la mayoría de los antisemitas.


La otra opción es el cambio, el cruce del río, y llamarse a sí mismo judeo, aceptarse como tal en todo lo que ello significa, siendo como realmente es, y comportándose de la manera como lo siente. Será un judeo auténtico, orgulloso de sí mismo y del pueblo judeo que lo engendró. Será auténtico y libre, sí, pero también comenzará a ser irreconocible para quienes le trataron como individuo complaciente y sumiso.


Tendrá menos amigos de ocasión, pero ganará amigos que respetarán su posición y además resolverá su problema de identidad. En suma, hay aquí dos judeos al borde: uno que vuelve sobre sus pasos y otro que se anima a cruzar el límite, y cada uno asumiendo los riesgos de su decisión. En líneas generales, lo único desaconsejable sería tratar de permanecer al borde del acantilado indefinidamente, hacer del quietismo nuestro bastión. El riesgo de no dar el paso es que otro decida a darlo por uno y que una inevitable mano, tarde o temprano, nos empuje al precipicio. En este caso, no hacer nada significaría dejar que tomen la decisión quienes no nos quieren, quienes intentan eliminarnos.


Otra situación al borde la vivieron los israelitas a la salida de Egipto. Moisés los condujo hasta las orillas del mar y ordenó el cruce, pero el paso no estaba abierto. Acorralados por el ejército egipcio y frente a las peligrosas aguas, se hallaban en una situación tan precaria que un puñado de israelitas decidió volver sobre sus pasos y terminar sus días sirviendo a faraón. Muchos israelitas actuales sirven a faraón con sus palabras y sus actos. Sin embargo, en aquella hora la mayoría siguió a su líder y efectuaron el cruce cuando las aguas bajaron y así obtuvieron la libertad. Ni aceptaron quedarse en el borde ni aceptaron regresar. Ese fue el cruce del paso del Mar, el más memorable de la historia de Israel


Estamos, creo, en una nueva etapa del largo camino, afrontando nuevos bordes y precipicios, individuales y colectivos, y que están reclamando que los enfrentemos y arribemos a acuerdos que permitan tomar las mejores decisiones. Es preciso tomar la iniciativa como lo hizo Josué ante Jericó. Cruzar el Jordán, es decir, enfrentar los actuales retos confiados en que habremos de conquistar las metas personales y conjuntas que nos permitan alcanzar la vida y la libertad como judeos auténticos.


Somos pequeños granos de arena individuales, pero uno al lado del otro hacemos que el reloj de arena de la historia funcione. Somos millones de semillas que garantizan la cosecha que vendrá.



Somos el pueblo del borde pero también el pueblo del cruce.


¿Cuál es el significado de ser judeo hoy?


Aceptar el reto. Cruzar nuestros límites.



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