17 de octubre de 2011

¿Cuanto valen nuestros hijos?



Quienes vivimos en este complejo y salvaje medio oriente vivenciamos como se viene desarrollando desde tiempos casi inmemoriales un largo y tortuoso conflicto que nos atrapa irremediablemente a  todas las sucesivas generaciones de jóvenes, ancianos, mujeres y niños.

Nosotros, quienes  aborrecemos tanto despliegue innecesario de odio, de maldad y de muerte nos oponemos decididamente a estas y otras guerras que se niegan miserablemente a la razón, a la lógica, a lo humano y a la vida misma.

Cuando observamos esas espantosas imágenes de sufrimiento y muerte que nos muestran los medios informativos sensacionalistas para vender mas o simplemente para demonizarnos, sentimos una desagradable sensación de asco y repulsión hacia este interminable conflicto sin fin que nos imponen los agentes del fanatismo y el terror.

Reflexionando sobre mis hijos, los hijos de mis amigos y de todos los jóvenes que cumplen abnegada y valerosamente el servicio militar en mi país, logré entender en toda su dimensión, del verdadero significado de esta frase tan escuchada por aquí: Melaj Haaretz, la Sal de la Tierra. Comprendí que la Sal de la Tierra es esta noble juventud, son estas chicas y chicos casi adolescentes que se preparan para defendernos en los momentos más difíciles, que sin lugar a dudas son lo mejor de lo mejor de nuestro pueblo.

Nosotros los padres de estos jóvenes, vivenciamos en múltiples oportunidades los dramáticos momentos donde nuestras almas tiemblan por la suerte de nuestros hijos, con cada llamada, con cada timbre en la puerta, se nos paralizaron los sentidos, imaginando un terrible aviso del ejército donde nos pudieran decir que algo malo pudo pasar, de que se encontraran en un lejano hospital del sur o del norte y quizá de algo peor aun, todo lo mas tenebroso que se nos pueda cruzar violentamente por nuestras temerosas mentes. La espesa vigilia de saber algo sobre ellos, haciendo interminables las horas de trabajo, inquietantes los cortos periodos de descanso, torturantes los momentos de charlas, higiene personal o limpieza hogareña. Todas esas horas que transcurren a menudo, muy lentas y plenas de fantasmas


Aviva Shalit es la madre del soldado Gilad Shalit, ella nos logra explicar fielmente lo que significa cual es el precio que puede tener un hijo secuestrado por el terror:

"Últimamente se habla sobre el precio que se debe pagar por tu liberación, y yo te digo - y toda madre que se encuentra aquí lo sabe - que no hay precio para el niño que hemos llevado en el vientre, parimos y criamos con nuestro sudor. Se puede discutir acerca del precio de una casa, un automóvil o acciones de una empresa, pero no hay precio para la vida de nuestros hijos, que fueron enviados a una misión por el Estado de Israel y quedaron allí".


En Israel existe un excelente escritor que se llama David Grossman, de quien me fascinan y emocionan sus dotes literarias pero me separan profundas divergencias con respecto a su errada valoración del protagonismo de nuestro Estado de Israel frente a un hostil lobby internacional siempre empeñado en demonizarnos.
Pero rescato su nobleza y generosidad, sus elevados sentimientos ante esa tremenda e irreparable pérdida como padre:

"En la noche del 12 de agosto de 2006, pocas horas antes del fin de la guerra, mi hijo Uri murió junto a los ocupantes de un vehículo blindado, al ser alcanzados por un misil de la Hezbolá"
"Les quisiera hablar de Uri pero no puedo. Sólo esto: imagínense un hombre joven al principio de su vida, con todas sus esperanzas, su alegría y su humor. Así era él'"
"Así eran miles de israelíes, palestinos, libaneses, sirios, jordanos y egipcios que perdieron la vida en este conflicto. Y otros que la siguen perdiendo". "No olvidar que el que está enfrente, el enemigo que me odia y me ve como una amenaza para su vida, es también un ser humano con sus preocupaciones, con su familia y sus hijos, con su idea de justicia y sus esperanzas, con sus desesperaciones y sus miedos".


 Nuestra recordada Golda Meir, la cuarta primera ministro del Estado de Israel, nos lega una formidable e histórica sentencia profética:

«La paz llegará, cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros».


Lo mas sorprendente en este mundo tan violento e intolerante, es que nuestros hijos no desean ir a la guerra,  no tienen intensiones de exterminar al enemigo, no tienen interés en  saquear indefensas poblaciones civiles o conquistar tierras extrañas. Solo quieren luchar contra quienes se fijaron como objetivos preferidos atacar a nuestros hogares, contra esos enemigos indecentes cuyo gran sueño dorado es borrarnos de la faz de la tierra o echarnos al Mediterráneo.


Se equivocan y muy a lo grande, estas fuerzas retrogradas y oscurantistas del terror que no se dan cuenta que esta gran debilidad de Israel, este apego a sus hijos, es realmente nuestra gran Fortaleza.

Esas ganas de vivir no es un invento artificial y superfluo creado en forma mágica desde el nacimiento de Israel como Estado ni es importada de ningún sofisticado y novedoso mercado multinacional,  simplemente la heredamos de nuestros ancestrales valores judíos.

Valores ancestrales que permitieron sobrevivir a nuestro pueblo en las condiciones mas adversas y extremas, teniendo que optar permanentemente entre la vida y la muerte, eligiendo siempre la vida.

Nuestra principal Fortaleza fue y seguirá siendo nuestro apego a la vida cotidiana, a los padres, a los hijos, a los amigos, a la tierra, a las instituciones y al futuro.

Nuestra gran Fortaleza es luchar por la vida, amar apasionadamente la vida para que nuestros hermanos, nuestros hijos, nuestras almas y nuestra sangre vivan para siempre.



“Vuestros hijos no son vuestros hijos.
Ellos son los hijos y las hijas de la Vida que trata de llenarse a si misma
Ellos vienen a través de vosotros pero no de vosotros.
Y aunque ellos están con vosotros no os pertenecen.”

“Nuestros hijos”
De Kalil Gibran,
 

Dr. Guido Maisuls
(17 de octubre de 2011)

http://cartasdesdeisrael.blogspot.com/ 


Si no soy yo ¿quién?, si no es ahora ¿cuando?
si es solo para mí, ¿de que sirve?
(Hillel)


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