11 de febrero de 2010

Carta a mi primer nieto






Querido Álvaro.



Arribaste osadamente a la vida, llegaste a mí sin pedirme siquiera permiso. Como un vital y tierno brote irrumpiste decididamente desde el misterio de la creación para llenar mi alma sedienta de tiempos novedosos y de esperanzas renovadas.


Bienvenido hijo de mi hijo a este maravilloso e imperfecto mundo, te debo mi admiración y mi respeto por tu valentía de atreverte a hacerte cargo de este milagroso desafío de llenarlo todo de luz, de perfeccionarlo y de intentar llegar a ser muy feliz en el, junto a los tuyos.


Quizás busque en ti algunos de mis rasgos, de mis miradas, tal vez no desee ver en ti mis debilidades y mis defectos aunque lo único importante para mi es verte volar muy alto entre las cumbres tan cercanas al cielo y que no pierdas nunca de vista tus profundas raíces en estas fértiles tierra de aquí abajo.


Con tu pequeña manito tomaste mi dedo y lo hiciste con tan inusitada y decidida fuerza que me dejaste definitivamente prendido a ti por el resto de mi vida. Ahora estas tu para recordarme que mis fuerzas, mi vida y mis sueños pueden aun lograr trascender ampliamente estos etéreos y limitados tiempos presentes.


Vamos querido nieto pues el presente es breve y el futuro acecha. Crece sin prisa pero sin pausa, elige libremente tu camino y corre siempre en la búsqueda de la vida. Yo estaré siempre a tu lado para ayudarte en tus primeros pasos y para alentarte en tiempos confusos y cuando mis fuerzas declinen totalmente, tendré la dicha de verte avanzar valientemente hacia tu preciado destino.



Tu abuelo, Guido


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