12 de marzo de 2011

“que D´s te cuide, hijo mío…sólo vuelve a casa.”





De mi amigo Marcelo Sneh.

Hoy es sábado.

Desde la calle nos llega la helada brisa del mediodía de un invierno que nunca estuvo del todo pero que se resiste a irse, porque en tres semanas y a estar por el almanaque, comenzará la primavera.

Sin embargo, caros lectores, para mí, y no sólo porque solsticios y equinoccios quedaron grabados a fuego y al revés en mi memoria infantil de otras latitudes, para mí dentro de dos semanas comenzará el otoño… sí, como allá, en mi lejana, añorada y tristemente vapuleada Argentina.

Un otoño un poco triste, sin hojas caídas ni lloviznas melancólicas.

Un otoño con mucha nostalgia… un otoño con mucho gris de ausencia.

Un otoño que de repente se enseñoreó en mi mente y me hizo levantar de mi mesa de trabajo y empezar a deambular por las habitaciones de la casa, seguido de mi fiel gatita Camila, quien seguramente y en lo más profundo de su mente gatuna trata de explicarse el por qué de mi vagabundeo y por qué de repente no me enojo porque se sienta sobre mi teclado o me muerde juguetonamente la mano si agarro el mouse… voy como decía María Elena (que en gloria esté) “de la sala al comedor…” y me detengo a contemplar largamente una habitación de la casa, silenciosa y luminosa de sol, espartanamente amueblada con una cama, un escritorio, una computadora, una “narguile…” y un desorden surrealista que haría las delicias de Fellinis y Antonionis. Ropa, botellas vacías de agua mineral, CDs… y a pesar de que seguramente voy a provocar el enojo de mi entrañable amigo Israel W., decidí poner manos a la obra y dejar la habitación limpia y ordenada para que cuando Gustavito volviese de sus andanzas por Tel Aviv, la habitación esté limpia y ordenada… Leé hasta el final, Israel, y te vas a dar cuenta que a pesar de mi laicismo rayano con un ateísmo apóstata al que ya renunciaste a cambiar, ni profané el sábado ni ofendí a un D’s que seguramente entendió por qué lo hice.

Junté, limpié, barrí… parecía un poseído. Lidia, mi compañera en la vida y madre de Gustavo, se acercó a ver dónde habían quedado tanto mi despotismo paterno como mis incólumes principios sobre la disciplina y el orden (“Cada uno tiene que ordenarse su habitación… Será Justicia!”), cuando de repente sus ojos repentinamente húmedos y los míos se encontraron en la respuesta… que sobrevendría dentro de dos semanas.

Apenas dos semanas.

Lamento transmitirles mi melancolía, pero dentro de dos semanas, como les decía el más pequeño de mis siete hijos, el benjamín de los cuatro por adopción y elección, se alistará en Tzvah Haganah Le Israel… ¿Golani? ¿Guivati? ¿Kfir? (*) Todavía no lo sabemos… ni él mismo lo sabe.

Dentro de dos semanas habrá que ordenar la pieza.

Nuevamente.

Pero luego y por los meses que dure la instrucción de Gustavito, la pieza quedará ordenada…demasiado ordenada.

Y la casa estará silenciosa como catedral de entresemana.

Y la nostalgia se enseñoreará en nuestras almas, añorando sus charlas de superdotado, su madurez que a veces asusta, su bondad sin vueltas, su disposición a ayudar, siempre a ayudar… su amor por sus hermanos y por sus mayores… su risa siempre condescendiente hacia mis peores chistes de viejo “choto…”

¿Estoy orgulloso? No lo sé. Sí, qué se yo, estoy tan orgulloso como cuando Daniel fue a jugar al Rambo en la unidad “Dujifat” (*), como cuando Pablito se alistó como cocinero, como cuando Lucy, la morochita linda, adorable y de carácter tan podrido se alistó orgullosamente como encargada de armería… estoy orgulloso, pero es distinto… qué sé yo.

Haim Moshé, con un sentido de la poesía que solamente un padre de un soldado puede expresar, nos regaló “Los retratos del álbum”, el sentir de un padre cuyo hijo se va a cumplir con su parte en la defensa del último baluarte que nos queda en el mundo (dicho sin el más mínimo sionismo barato). La letra de esa canción lo dice todo.

Porque dentro de dos semanas y solamente a partir de cuando el comandante de Gustavito lo considere conveniente, un muchacho alto y enflaquecido por mil ejercicios, corridas, venias, gritos, amaneceres abruptos, noches interminables de vigilia y sádicas duchas de agua no siempre siquiera tibia se hará presente en el vano de la puerta, arrojará al piso un “kitbag” pesado y enigmáticamente lleno de ropa verde oliva cuyo espantoso olor nos parecerá el más fragante Givenchy… porque nos indicará que Gustavito está en casa. Y como no es el primero, ya conocemos el proceso: la lavadora haciendo horas extras, un sol verde oliva que trasluce desde el tendedero, un Gustavo cansado pero feliz de estar en casa que trasegará la deliciosa comida que con tibio amor materno lo estará esperando y sin detenerse siquiera a ver de qué se trata lo que está comiendo, se duchará durante media hora… luego dormirá horas y horas… y nosotros lo contemplaremos desde la puerta de la habitación, sin haber cambiado con él más que dos o tres palabras, un abrazo y un beso sudoroso de bienvenida… y velaremos su sueño hasta que esté lo suficientemente descansado para poder encontrarse con sus amigos… o para charlar con nosotros, qué más da… La experiencia previa con seis hijos, caro lector, me hizo aprender a apreciar esos escasos momentos que se avecinan dentro de dos semanas, que serán sin duda más escasos de lo que queremos suponer…

            Por eso, caros lectores, hoy ordené la habitación de Gustavito.

            Porque dentro de dos semanas va a estar ordenada durante mucho tiempo.

            Y Lidia y yo, en la reflexión de nuestra mutua compañía cargada de nostalgia, más de una vez iremos a mirar su habitación… ordenada y esperando su regreso.

            Y como canta Haim Moshé: “que D´s te cuide, hijo mío…sólo vuelve a casa.”
SNEH... Marcelo Sneh
Beer Sheva, Israel – 26 de febrero del 2011
(*) Unidades de infantería de combate del Ejército de Israel


       

De mi amigo Marcelo Sneh.

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