Testimonio del padre de un soldado israelí
En esa extraña tarde del viernes, irrumpió en mi teléfono
celular la emocionada voz de mi hijo, diciéndome tan solo cuatro frases: mañana
entramos a la franja, no te podré llamar en mucho tiempo, no le cuentes a mama,
no se preocupen porque estaré bien.
Sentí un irrefrenable impulso que me decidió concurrir al
templo, al servicio de Kabalat Shabat, en búsqueda de alguna plegaria que me
ayudara a vencer esa fuerte sensación de angustia, de temor y de ese
irrefrenable deseo de querer estar yo en su lugar, con su uniforme verde oliva
sobre mi cuerpo, con su arma en mis torpes manos y con esa sonrisa
juvenil que yo ya no puedo llegar a tener.
Cuando la oscuridad descendía sobre el fin del sábado en Israel,
las fuertes imágenes televisivas de Arutz Ezer invadían nuestro hogar con esas
largas filas de soldados israelíes marchando a la batalla, con sus grandes
mochilas a cuesta, con sus hermosos rostros pintados para el combate, con sus
pasos decididos en la búsqueda de traer a nuestra sufrida tierra la concreción
de un gran obsequio, esa paz tan esquiva y que demora tanto en llegar.
A partir de allí comenzó una vivencia de pesadillas, ver la
guerra a través de las imágenes televisivas y de Internet, mostrándonos
dantescas explosiones, negras columnas de humo elevándose al cielo gris
plomizo, el sonido monstruoso de los impactos sobre el atormentado paisaje,
hombres marchando hacia el infierno y nosotros buscando con nuestros sentidos el
andar tan familiar de nuestro hijo.
Suena el teléfono de línea, suenan nuestros celulares, suena el
timbre de nuestro departamento,, los amigos, los conocidos, los familiares,
compañeros de trabajo, de Israel, de la Argentina; todos quieren saber de nuestro hijo,
donde esta, como esta, deseos de suerte, bendiciones, muchas palabras de
aliento que nos hacen derramar lagrimas de emoción y de agradecimiento.
Pero con cada llamada, con cada timbre en la puerta, se nos
paralizan los sentidos, imaginando un terrible aviso del ejército donde nos
dicen que algo paso, de que se encuentra en un lejano hospital del sur o quizá
algo peor aun, algo que se nos cruza brutalmente por nuestras temerosas mentes.
La espesa vigilia de saber algo de el, hacen interminables las horas de
trabajo, inquietantes los cortos periodos de descanso, torturantes los momentos
de charlas, higiene personal o limpieza hogareña. Las horas pasan muy lentas y
plenas de fantasmas.
Lo que mas me cuesta aceptar es no saber nada de el, yo se que
por cuestiones de seguridad no los dejaron llevar celulares y mientras estén
parados sobre sus pies es imposible saber algo, si están cansados o con hambre,
si se encuentran perdidos en las intrincadas callejuelas de las ciudades
palestinas, si están aturdidos por el ruido de la metralla, si se tienen que
enfrentar al fétido aliento de la muerte y vencerla.
Cuando observo esas espantosas fotografías de sufrimiento y
muerte que nos muestran los medios informativos sensacionalistas para vender
mas o simplemente para demonizar a Israel, siento una desagradable sensación de
asco y repulsión hacia esta guerra que atrapa a civiles inocentes, ancianos,
mujeres y niños que nada tienen que ver con tanto odio y muerte. Esta y otras
guerras que aunque sean defensivas y justas, se oponen frontalmente a la razón,
a la lógica, a lo humano y a la vida misma.
Estos atroces sucesos nos golpean muy de cerca, muy en lo que
mas nos duele, en nuestro querido hijo pero lo extiendo espontánea y
sinceramente a todos nuestros muchachos que están en el frente, a los de
Tzanjanim, a los Nahal, a los de Golani,
a los de Givati, a los de los tanques, a los de la artillería, a los de
transporte, a los de ingeniería, a los de la marina, a los de la aviación, pues
a todos ustedes los considero realmente mis hijos. Por esto y mucho más, les
deseo que este mal sueño termine pronto, que vuelvan sanos y salvos a casa, que
vuestros mejores deseos se hagan realidad y que en el mundo que están ustedes
construyendo reine una paz justa, permanente y verdadera.
Que tengan una larga, feliz y fecunda vida.
Del padre de un soldado.
2 comentarios:
Shalom, hermano comparto tus sentimientos, no sé porque me pongo a llorar, que nuestro Eterno cuide a todos sus hijos, en cualquier lugar, que se encuentren, y proteja a todos los que luchan, shalom para nuestros soldados.
Shalom, que el Elohim de nuestros padres guarde y guie cada uno de esos valientes jovenes y hombres que hoy lucha por la paz de la amada tierra de Israel; que a cada padre, a cada madre, a cada esposa, a cada hijo, a cada hija, El Santo Bendito sea les conseda la fortaleza y la fe para esperar a sus seres amados con la convicción de que nunca duerme ni se adormece el que guarda a Israel.
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