Desde la creación del estado judío de Israel, los historiadores minimalistas bíblicos o antisemitas comenzaron a torcer la verdad histórica a favor de los árabes en contra de los israelitas y han sido persistentes, han sido insidiosos y, lo más triste, han tenido bastante éxito. Hoy en día los medios publican sus patrañas como si fuera “la verdad revelada”.
Comenzaron por plantear dudas absurdas y luego abiertamente negaron los hechos centrales que la Biblia relató en el libro de Moisés y en los restantes escritos que le siguieron. Hasta el año 1948 los historiadores establecieron que las excavaciones y documentos arqueológicos daban la razón a los textos bíblicos. Así descubrieron al rey Ciro y el imperio persa, a los hititas, filisteos –que no eran palestinos sino aqueos-, a los asirios, caldeos y a decenas de civilizaciones más, siempre gracias a los precisos datos bíblicos.
Y no hablamos de historiadores mentirosos como los que actualmente tuercen los hechos contra los israelitas. Hablamos de reconocidas autoridades como Bill Durant (“Nuestra herencia oriental”), de egiptólogos como sir Wallis Budge (“Egipto y la Biblia”), sir Charles Marston (“La Biblia es verdad”, “La Biblia está viva”) , entre muchísimos otros, hasta que en 1948 la verdad histórica sufrió el más injusto “ninguneo” como represalia por el renacimiento del estado judío de Israel en su tierra prometida, en la patria de sus ancestros, en el país que fue legado a toda su descendencia desde el fondo de la historia.
Hablando de la Unesco, la misma que ahora dio un sorprendente vuelta de carnero hacia la edad media, en aquel entonces encargó su monumental “Historia de la Humanidad” convocando a las autoridades más acreditadas de cada cultura y correspondió a sir Leonard Woolley la redacción de “Los comienzos de la civilización”, de lectura imprescindible, donde la Biblia es admitida como un valioso documento escrito histórico y una fuente de conocimiento insoslayable para comprender la historia del medio oriente.
Américo Figueroa
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