25 de febrero de 2008

La raiz mas poderosa de mi vida

 
Hannah Arendt
 
Hannah Arendt en su centenario

''Soy judía, nunca lo he negado: es la raíz más poderosa de mi vida", expresaba la escritora

Por José María Pérez Gay

 

 

A principios de noviembre de 1966, el profesor Jacob Taubes, ex adjunto de Gershom Scholem en la Universidad de Jerusalén y por ese entonces director del Instituto de Filosofía de la Universidad Libre de Berlín, invitó a sus alumnos a una conversación pública con Hannah Arendt. Nos dimos cita a las seis de la tarde y abarrotamos el auditorio; muchos compañeros llegaron después, burlaron el control de la entrada, se sentaron en los pasillos, en las escaleras, en las repisas de los ventanales y el aire se volvió poco a poco irrespirable. Antes del anochecer una mujer de pelo negro, robusta, 60 años cumplidos, apareció en la tarima, sentada a un lado del profesor Taubes, fumando un cigarrillo tras otro, en cadena -dos cajetillas de Pall Mall sobre el escritorio-, hablando un alemán impecable y sin acento, wie gedrückt, como se dice, listo para la imprenta. Hannah Arendt tenía la cara afilada, nariz aguileña y rasgos muy marcados; ojos oscuros, singularmente vivos, y un aire de venir del otro lado de la realidad. Vestía un traje sastre oscuro, un collar de cuentas de colores y cuando apagaba el cigarrillo se quitaba y se ponía los anteojos sin pausa. Hablaba de Alemania como de una patria perdida, de los primeros años del exilio y de Estados Unidos, su nuevo país, de la admiración irrestricta por la democracia estadunidense.

"No hay remedio -nos dijo-, soy alemana hasta la raíz. Siempre seré la joven que venía de lejos, como en el poema de Friedrich Schiller. Un poco menos extranjera en Alemania que en Estados Unidos. A veces me lo oculto a mí misma: soy estadunidense de todo corazón político, pero mi memoria y mi lengua materna serán siempre alemanes." Luego nos confesó uno de sus más secretos anhelos: recorrer otra vez la avenida Lichtenthaler Alle, en la lejana Königsberg, la ciudad donde había nacido Kant y en la que Hannah Arendt pasó su infancia y adolescencia. Al invadir la Unión Soviética Prusia oriental, en 1946, el puerto de Königsberg, a orillas del mar Báltico, cambió de nombre; ahora se llama Kaliningrado, nombre de un desconocido presidente soviético.

Rüdiger Safranski le preguntó si se sentía judía, y Hannah Arendt respondió esa tarde con tono muy enérgico: "Soy judía, nunca lo he negado. Se trata de la raíz más poderosa de mi vida. Los judíos de cultura y lengua alemana fueron, sin duda, una expresión irrepetible en el proceso de asimilación del pueblo judío a otras culturas. La cultura judeo-alemana fue, al cambiar el siglo, una de las más modernas, ricas y sugerentes, más críticas y creadoras. En ningún otro país europeo surgió con la fuerza que asumió en Alemania y Austria. Yo pertenezco a ese mundo, soy una sobreviviente. Nuestra cultura fue exterminada de modo brutal. Después de tantos años, lo único que sobrevivió en medio de la destrucción -nos dijo- fue el idioma alemán. Aunque ahora escriba en inglés, mi amor por la lengua materna será perpetuo".

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