6 de enero de 2009

Cuando nos tiembla el alma

En esa fría tarde del viernes 2 de enero, irrumpió en mi teléfono celular la emocionada voz de mi hijo David, diciéndome tan solo cuatro frases: mañana entramos a la franja, no te podré llamar en mucho tiempo, no le cuentes a mama, no se preocupen pues estaré bien.

 

Sentí un irrefrenable impulso que me decidió concurrir al templo, al servicio de Kabalat Shabat, en búsqueda de alguna plegaria que me ayudara a vencer esa fuerte sensación de angustia, de temor y de ese irrefrenable deseo de querer estar yo en su lugar, con su uniforme verde oliva sobre mi cuerpo,  con su arma en mis torpes manos y con esa sonrisa juvenil que yo ya no puedo llegar a tener.

 

Cuando la oscuridad descendía sobre el fin del sábado en Kiriat Bialik, las fuertes imágenes televisivas de Arutz Ezer invadían nuestro hogar con esas largas filas de soldados israelíes marchando a la batalla, con sus grandes mochilas a cuesta, con sus hermosos rostros pintados para el combate, con sus pasos decididos en la búsqueda de traer a nuestra sufrida tierra la concreción de un gran obsequio, esa paz tan esquiva y que demora tanto en llegar.

 

A partir de allí comenzó una vivencia de pesadillas, ver la guerra a través de las imágenes televisivas y de Internet, mostrándonos dantescas explosiones, negras columnas de humo elevándose al cielo gris plomizo, el sonido monstruoso de los impactos sobre el atormentado paisaje, hombres marchando hacia el infierno y nosotros buscando con nuestros sentidos el andar tan familiar de nuestro hijo.

 

Suena el teléfono de línea, suenan nuestros celulares, suena el timbre de nuestro departamento del tzomet tzabar, los amigos, los conocidos, los familiares, compañeros de trabajo, de Kiriat Bialik, de Israel, de la Argentina; todos quieren saber de nuestro hijo, donde esta, como esta, deseos de suerte, bendiciones, muchas palabras de aliento que nos hacen derramar lagrimas de emoción y de agradecimiento.

 

Pero con cada llamada, con cada timbre en la puerta, se nos paralizan los sentidos, imaginando un terrible aviso del ejército donde nos dicen que algo paso, de que se encuentra en un lejano hospital del sur o quizá algo peor aun, algo que se nos cruza brutalmente por nuestras temerosas mentes. La espesa vigilia de saber algo de el, hacen interminables las horas de trabajo, inquietantes los cortos periodos de descanso, torturantes los momentos de charlas, higiene personal o limpieza hogareña. Las horas pasan muy lentas y plenas de fantasmas.

 

Lo que mas me cuesta aceptar es no saber nada de el, yo se que por cuestiones de seguridad no los dejaron llevar celulares y mientras estén parados sobre sus pies es imposible saber algo, si están cansados o con hambre, si están en medio del barro frío de nuestros inviernos lluviosos, si se encuentran perdidos en las intrincadas callejuelas de las ciudades palestinas, si están aturdidos por el ruido de la metralla, si se tienen que enfrentar al fétido aliento de la muerte y vencerla.

 

Cuando observo esas espantosas fotografías de sufrimiento y muerte que nos muestran los medios informativos sensacionalistas para vender mas o simplemente para demonizar a Israel, siento una desagradable sensación de asco y repulsión hacia esta guerra que atrapa a civiles inocentes, ancianos, mujeres y niños que nada tienen que ver con tanto odio y muerte. Esta y otras guerras que aunque sean defensivas y justas, se oponen frontalmente a la razón, a la lógica, a lo humano y a la vida misma.

 

Estos atroces sucesos nos golpean muy de cerca, muy en lo que mas nos duele, en nuestro querido hijo pero lo extiendo espontánea y sinceramente a todos nuestros muchachos que están en el frente, a los de Tzanjanim, a los de Golani, a los de Givati, a los de los tanques, a los de la artillería, a los de transporte, a los de ingeniería, a los de la marina, a los de la aviación, pues a todos ustedes los considero realmente mis hijos. Por esto y mucho más, les deseo que este mal sueño termine pronto, que vuelvan sanos y salvos a casa, que vuestros mejores deseos se hagan realidad y que en el mundo que están ustedes construyendo reine una paz justa, permanente y verdadera.

 

Que tengan una larga, feliz y fecunda vida.

 

Guido Maisuls

El padre de un soldado.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Querido Guido: Sólo queremos decirte que estamos rezando por David, por toda tu familia y por todas las familias que están sufriendo en éstos durísimos momentos. Que ésta agonía termine muy pronto, que puedas abrazar a tu hijo y quiera Dios que nunca más ningún padre en nuestra amada Israel vuelva a pasar por ésto.
Un gran abrazo desde Argentina
Flia Chejfec