Primer Ministro, Biniamín Netanyahu
Universidad Bar-Ilán
Distinguida asistencia,
Ciudadanos de Israel,
La paz ha sido desde siempre el anhelo supremo de nuestro pueblo. Nuestros profetas legaron al mundo una visión de paz, nuestro saludo es un deseo mutuo de paz y nuestras oraciones concluyen pidiendo la paz.
Estamos reunidos aquí esta noche en un centro que lleva el nombre de dos pioneros de la paz, Menahem Begin y Anwar Sadat, y compartimos su visión.
Hace dos meses y medio presté juramento ante la Knéset al tomar posesión de mi cargo de primer ministro de Israel. Prometí en aquel entonces constituir un gobierno de unión, y así lo he hecho.
Consideraba que la unión nos era necesaria más que nunca, porque nos enfrentamos hoy con tres problemas gravísimos: la amenaza iraní, la crisis económica y la promoción de la paz.
La amenaza iraní aún está en pie en toda su gravedad. El mayor peligro para Israel, para el Oriente Medio y para el mundo entero consiste en la conjunción entre un Islam extremista y armas nucleares.
Conversé sobre ello con el presidente Obama en mi visita a Washington y hablaré también de este tema la semana próxima con dirigentes europeos.
Hace años que vengo actuando sin tregua para formar un frente internacional que se oponga a un Irán equipado con armas nucleares.
Frente a a la crisis económica mundial hemos actuado de inmediato para asegurar la estabilidad económica de Israel. El gobierno ha adoptado un presupuesto bienal y pronto lo someteremos a la aprobación de la Kneset.
El tercer problema importante al que hemos de hacer frente es el de la promoción de la paz. También de esto he hablado con el presidente Obama y apoyo firmemente la idea que él promueve de una paz regional. Comparto el anhelo del presidente de los Estados Unidos de entrar en una nueva era de reconciliación en nuestra región.
Con este mismo propósito me reuní con el presidente Mubarak en Egipto y con el Rey Abdala en Jordania, a fin de lograr el apoyo de estos dos líderes a los esfuerzos tendientes a ampliar el círculo de la paz.
Desde esta tribuna dirijo un llamamiento a los dirigentes de los países árabes y les digo: Encontrémonos, hablemos de paz y hagamos la paz.
Estoy dispuesto a reunirme con ustedes en todo momento. Estoy dispuesto a que sea en Damasco, en Riad, en Beirut, en cualquier parte. Y también en Jerusalén.
Exhorto a los países árabes a cooperar con los palestinos y con nosotros para promover la paz económica.
La paz económica no viene a sustituir a la paz política, pero sí es un factor de peso para alcanzarla.
Juntos podremos desarrollar proyectos que ayuden a superar las limitaciones de nuestra región, como la desalación del agua de mar, y a sacar partido de sus ventajas, como el aprovechamiento de la energía solar, o el tendido de gasoductos y oleoductos y vias férreas o carreteras para conectar a Asia con Europa y con Africa.
El éxito económico de los países del Golfo Pérsico ha impresionado al mundo entero y también a mí. Invito a los talentosos emprendedores del mundo árabe a venir aquí a invertir, para dar un impulso a la economía de los palestinos y a la nuestra.
Juntos podremos desarrollar parques industriales que crearán millares de empleos, y sitios turísticos que atraerán a millones de turistas, deseosos de hollar los senderos de la historia, en Nazaret y en Belén, en las murallas de Jericó y en las de Jerusalén, a la orilla del lago de Tiberíades y en el lugar del bautismo de Jesús en el Jordán.
Hay aquí un inmenso potencial arqueológico-turístico, que sólo está esperando que colaboremos para desarrollarlo.
Me dirijo a ustedes palestinos, nuestros vecinos, dirigidos por la Autoridad Palestina, diciendo: iniciemos negociaciones de inmediato, sin condiciones previas. Israel está comprometido a respetar los acuerdos internacionales y espera que todas las demás partes cumplan también sus compromisos. Deseamos vivir con ustedes en paz y en buen vecindario.
Deseamos que nuestros hijos y los hijos de ustedes no conozcan más guerras, que los padres, hijos y hermanos no tengan que llorar a sus familiares víctimas de las guerras, que nuestros hijos sueñen con un porvenir mejor y lo alcancen; que nosotros y ustedes invirtamos nuestras energías en hoces y rejas de arado y no en espadas ni lanzas.*
Conozco los horrores de la guerra. He participado en combates. He perdido a buenos amigos, caídos en el frente. He perdido a un hermano. He visto el dolor de las familias enlutadas. No deseo la guerra. El pueblo de Israel no desea la guerra.
Si nos damos las manos y trabajamos juntos en paz, no hay límite al progreso y al desarrollo que podremos traer a nuestros dos pueblos: en economía, en agricultura, en comercio, en turismo, en educación, y por encima de todo en la posibilidad de dar a nuestros jóvenes un lugar donde sea bueno vivir, una vida apacible, llena de interés y de creatividad, con un horizonte de oportunidad y con un horizonte de esperanza.
Si las ventajas de la paz son tan evidentes, cabe preguntar ¿por qué la paz está aún lejos de nosotros, pese a nuestras manos tendidas hacia a ella?
¿Por qué este conflicto se viene prolongando hace más de 60 años?
Para poner término al conflicto se debe dar una respuesta verídica y sincera a la siguiente pregunta: ¿Cuál es la raíz del conflicto?
En su discurso ante el Congreso sionista en Basilea sobre la visión grandiosa de un hogar nacional para el pueblo judío, dijo el iniciador del sionismo, Theodor Herzl: "Se trata de algo tan grande que debemos expresarlo sólo con las palabras más simples".
Hoy me propongo hablar del gran reto de la paz en los términos más simples, cara a cara.
Aun si dirigimos nuestra mirada al horizonte, debemos asentar nuestros pies en el suelo firme de la realidad, de la verdad.
La simple verdad es que la raíz del conflicto fue y sigue siendo el rechazo a reconocer el derecho del pueblo judío a tener un país propio en su patria histórica.
En 1947, cuando se aprobó en la ONU el plan de reparto de Palestina entre un Estado judío y un Estado árabe, todo el mundo árabe rechazó la resolución, en tanto que la población judía la acogió con bailes y alegría.
Lo que los árabes rechazaban era cualquier Estado judío, con cualquier frontera.
Quien cree que el prolongado antagonismo hacia el Estado de Israel se debe a nuestra presencia en Judea, Samaria y Gaza, confunde causa con resultado.
Los ataques contra nosotros se iniciaron en los años veinte del siglo pasado, se convirtieron en ataque generalizado en 1948, al proclamarse la independencia, y continuaron con los ataques de los "fedayun" en los años 50, culminando en 1967, en vísperas de la Guerra de los Seis Días, con un intento de atarle una soga al cuello de Estado de Israel para estrangularlo.
Todo esto sucedió como cincuenta años antes de que el primer soldado israelí llegara a Judea y Samaria.
Para nuestra gran satisfacción, Egipto y Jordania se han retirado de este círculo de hostilidad. Los acuerdos de paz con estos dos países han puesto término a sus reclamaciones contra Israel y al conflicto con ellos; han traído la paz.
Lamentablemente, no es ésta la situación con los palestinos. Cuanto más nos acercamos a un acuerdo de paz con ellos, tanto más ellos se alejan de él. Vuelven a someter exigencias incompatibles con el deseo de poner término al conflicto.
Muchos son los que nos dicen que la retirada es la clave de la paz con los palestinos.
Pues bien, nos retiramos, pero lo cierto es que toda retirada nuestra trajo en pos de sí una gran ola de terror suicida y millares de misiles.
Intentamos retirarnos por acuerdo previo o sin él. Intentamos retiradas parciales y totales.
En el año 2000, y de nuevo el año pasado, Israel propuso una retirada casi completa a cambio del cese del conflicto y ambas veces sus ofertas fueron rechazadas.
Desocupamos la Franja de Gaza hasta el último centímetro, desarraigamos decenas de poblaciones y millares de israelíes y a cambio de ello obtuvimos una lluvia de misiles sobre nuestras ciudades, nuestros pueblos y nuestros niños.
La tesis según la cual la retirada traerá la paz con los palestinos, o cuando menos nos acercará a ella, no ha demostrado hasta ahora su validez.
Es más, el Hamás en el sur y el Hezbollah en el norte proclaman una y otra vez que su intención es "liberar" Ashkelón y Beer Sheva, Acco y Haifa. Las retiradas no han modificado la hostilidad.
Lamentablemente, incluso los palestinos moderados no han estado dispuestos hasta ahora a decir esta cosa tan sencilla: el Estado de Israel es el Estado nacional del pueblo judío y seguirá siéndolo en el futuro.
Para conseguir la paz se requiere valentía y rectitud por ambas partes, no sólo por parte de Israel.
Los dirigentes palestinos deben decir sin rodeos: "Estamos hartos de este conflicto. Reconocemos el derecho del pueblo judío a tener su propio país en esta tierra y nosotros viviremos a su lado en paz genuina."
Anhelo llegar a ese día, porque cuando los dirigentes palestinos pronuncien estas palabras, se abrirá ante nuestro pueblo y el suyo el camino hacia la solución de todos los demás problemas, por arduos que sean.
Por ello la condición básica para poner término al conflicto es un reconocimiento público por los palestinos, vinculante y sincero, del Estado de Israel como Estado nacional del pueblo judío.
Para que tal declaración tenga significación real, se requiere también la aceptación clara de que el problema de los refugiados palestinos debe ser resuelto fuera de las fronteras del Estado de Israel, porque es evidente que el reasentamiento de los refugiados palestinos en Israel es incompatible con la existencia del Estado de Israel como Estado del pueblo judío.
Se debe resolver el problema de los refugiados palestinos, y se puede resolver, del mismo modo que nosotros lo hemos hecho, a una escala similar.
El diminuto Israel absorbió con éxito a cientos de miles de refugiados judíos de los países árabes, que abandonaron sus hogares con las manos vacías.
Por ello, la justicia y la lógica dictan que el problema de los refugiados palestinos debe ser resuelto fuera de las fronteras de Israel. Existe al respecto un consenso muy amplio en Israel.
Estoy convencido de que con buena voluntad, con inversiones internacionales, es posible resolver de una vez para siempre este problema humanitario.
Hasta aquí me he referido a la necesidad de que los palestinos reconozcan nuestros derechos. En seguida hablaré de nuestra necesidad de reconocer los derechos de los palestinos.
Pero antes, debo decir esto: Los vínculos del pueblo judío con la Tierra de Israel se prolongan a lo largo de 3500 años. Judea y Samaria, los lugares donce vivieron Abraham, Isaac y Jacob, David y Salomón, Isaías y Jeremías, no son tierra foránea para nosotros. Esa es la tierra de nuestros antepasados.
El derecho del pueblo judío a un país propio en la Tierra de Israel no deriva de la sucesión de catástrofes que se abatió sobre nuestro pueblo. Cierto es que durante dos mil años los judíos hemos conocido sufrimientos terribles, por causa de expulsiones, pogromos, calumnias, matanzas, sufrimientos que culminaron en el Holocausto, una tragedia sin parangón en la historia de los pueblos.
Hay quien dice que de no ser por el Holocausto, no habría nacido el Estado de Israel. Yo digo, en cambio, que si se hubiera fundado a tiempo el Estado de Israel, nunca se habría producido el Holocausto.
Las tragedias debidas a la indefensión del pueblo judío aclaran bien por qué nuestro pueblo necesita una fuerza de defensa soberana propia.
Su derecho a establecer su Estado aquí, en la Tierra de Israel, deriva de un hecho sencillo: ésta es la patria del pueblo judío y aquí es donde se forjó su identidad.
Como bien lo dijo el primer presidente del gobierno de Israel, David Ben Gurión, al proclamar la independencia: "En la Tierra de Israel se formó el pueblo judío, en ella se forjó su identidad espiritual, religiosa y política, en ella vivió su vida de soberanía estatal, en ella creó bienes culturales nacionales y universales y legó al mundo entero el eterno Libro de los Libros."
Sin embargo también aquí hay que decir toda la verdad. En medio de los territorios de la patria judía vive hoy un gran núcleo de palestinos. No queremos dominarlos, no deseamos regir sus vidas ni imponerles nuestra bandera o nuestra cultura.
En mi visión de la paz, viven en nuestro pequeño país dos pueblos libres uno junto al otro, en buen vecindario y en respeto mutuo.
Cada uno tendrá su bandera, su himno y su gobierno propio, sin que ninguno de ellos amenace la seguridad o la existencia de su vecino.
Estos dos hechos, a saber nuestro vínculo con la Tierra de Israel y la población palestina que vive aquí, han creado profundas disensiones dentro de la sociedad israelí. La verdad es, sin embargo, que entre nosotros hay mucho más consenso que disensiones.
He venido esta noche a expresar este consenso, los principios de paz y de seguridad acerca de los cuales existe amplia conformidad de pareceres en la sociedad israelí y que son también los que guían nuestra política.
Esta política debe tomar en cuenta la situación internacional que se ha creado en los últimos tiempos. Debemos ser conscientes de esta situación, y a la vez mantener firmemente nuestra posición sobre los principios importantes para el Estado de Israel.
Ya he mencionado el primer principio: reconocimiento. Los palestinos deber otorgar un reconocimiento genuino a Israel como Estado del pueblo judío.
El segundo principio es desmilitarización. En todo arreglo de paz, el territorio que esté en manos de los palestinos deberá ser desmilitarizado, con sólidos arreglos de seguridad para Israel.
De no cumplirse estas dos condiciones, existe un fuerte temor de que a nuestro lado se establezca un Estado palestino armado, que se convierta en una base más de terror contra Israel, al igual que sucedió en Gaza.
No queremos que caigan misiles Kasam en Petaj Tikva o misiles Grad en Tel Aviv u otros misiles en el Aeropuerto Ben Gurión. Queremos paz.
Por lo tanto, para conseguir la paz hay que garantizar entre otras cosas que los palestinos no puedan introducir en su territorio cohetes ni misiles, ni constituir un ejército o tener un espacio aéreo cerrado ante nosotros, ni tampoco establecer alianzas con elementos tales como Irán o Hezbollah.
También respecto a este punto existe un amplio consenso entre los israelíes.
No se puede esperar de nosotros que de antemano aceptemos el principio de un Estado palestino, sin garantizar la desmilitarización de tal Estado.
En un asunto tan vital para Israel, debemos obtener ante todo una respuesta adecuada a nestras necesidades de seguridad.
Por ello pedimos hoy de nuestros amigos en la comunidad internacional, y en primer lugar de Estados Unidos, lo imperativamente necesario para la seguridad de Israel: un compromiso explícito de que en los arreglos de paz, el territorio bajo control palestino esté desmilitarizado, o sea sin fuerzas armadas y sin control del espacio aéreo, con una supervisión efectiva que impida la introducción de armas a ese territorio, una verdadera supervisión y no lo que ocurre actualmente en la Franja de Gaza. Y por supuesto, que los palestinos no puedan firmar acuerdos militares.
Sin ello, tarde o temprano tendremos otro "Hamastán", y eso no podemos aceptarlo. Israel debe tener el control de su seguridad y de su propio destino.
Dije en Washington al Presidente Obama que si nos ponemos de acuerdo sobre el fondo, la terminología no será el problema. He aquí el fondo, que expreso aquí en palabras claras y límpidas. Si obtenemos estas garantías, de desmilitarización y de arreglos de seguridad necesarios para Israel, y si los palestinos reconocen al Estado de Israel como Estado del pueblo judío, estaremos dispuestos a llegar en un futuro acuerdo de paz a la solución de un Estado palestino desmilitarizado al lado de un estado judío.
En todos los demás puntos centrales que se debatirán como parte de un arreglo definitivo, nuestras posiciones son harto conocidas: Israel necesita fronteras defendibles, y Jerusalén, capital de Israel, seguirá unida, siempre preservando la libertad de culto de todas las religiones.
Los aspectos territoriales se discutirán en los arreglos definitivos. Hasta entonces no tenemos la intención de construir nuevos asentamientos o expropiar tierras para ampliar asentamientos existentes.
Sin embargo, se debe asegurar a los pobladores una vida normal, permitiendo a las madres y los padres criar a sus hijos al igual que cualquier familia del mundo.
Los pobladores de los asentamientos no son enemigos del pueblo ni enemigos de la paz. Son nuestros hermanos y hermanas, pioneros, sionistas y dotados de valores.
La unidad entre nosotros es esencial, y nos ayudará a reconciliarnos con nuestros vecinos. La reconciliación debe empezar desde hoy, mediante la modificación de la situación sobre el terreno. Estoy convencido de que una economía palestina fuerte reforzará la paz
Si los palestinos quieren tener paz, luchar contra el terror, reforzar la gobernabilidad y el imperio de la ley, educar a sus hijos en un espíritu de paz y cesar la incitación contra Israel, nosotros, por nuestra parte, haremos todo lo posible por permitirles libertad de movimiento y de acceso, para facilitar su vida y mejorar su bienestar. Todo ello ayudará a promover el acuerdo de paz entre nosotros.
Por encima de todo, sin embargo, los palestinos deben optar entre la vía de la paz y la vía del Hamás. La Autoridad Palestina debe imponer la ley y el orden en la Franja de Gaza y sobreponerse al Hamás. Israel no se sentará a negociar con terroristas que desean destruirlo.
El Hamás ni siquiera está dispuesto a permitir que la Cruz Roja visite a nuestro soldado secuestrado, Gilad Shalit, que está prisionero hace tres años, sin contacto con sus padres, su familia y su pueblo. Estamos comprometidos a devolverlo a su hogar, sano y salvo.
Con dirigentes palestinos deseosos de paz, con una participación del mundo árabe en la paz, con el apoyo de Estados Unidos y de la comunidad internacional, no hay razón para que no podamos allanar el camino de la paz.
Nuestro pueblo ya ha demostrado que es capaz de cosas increíbles. En sesenta y un años, mientras defendíamos día a día nuestra mera existencia, hicimos milagros.
Chips producidos en Israel controlan computadoras a través del mundo, medicinas israelíes traen remedio a enfermedades graves, sistemas de riego israelíes hacen florecer desiertos en todo el mundo e investigadores israelíes amplían los límites del saber humano.
Si nuestros vecinos se avienen a responder a nuestro llamamiento, también la paz estará al alcance de nuestra mano.
Me dirijo a los dirigentes del mundo árabe y a los palestinos diciendo: Continuemos juntos el camino emprendido por Menahem Begin y Anwar Sadat, por Itzhak Rabin y el Rey Hussein.
Hagamos realidad la visión del profeta Isaías que hace 2700 años proclamó en Jerusalén: "No alzará espada nación contra nación ni se adiestrarán más para la guerra".
Con la ayuda del Todopoderoso, no tendremos más guerras, tendremos paz.
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