Por Jeff Jacoby
Si el primer ministro Ehud Olmert se hubiera mostrado tan hábil y resuelto a la hora de defender Israel de sus enemigos como se está mostrando a la hora de aferrarse a la poltrona, Hezbolá sería hoy una malhadada sombra de lo que fue y a Olmert le rendirían tributo desde Dan hasta Beersheba. |
A la citada organización terrorista se la jalea en todo el mundo árabe por el ataque que lanzó contra Israel el pasado verano. En cuanto a Olmert, que ha conseguido superar una moción de censura en la Knesset (Parlamento), es objeto de desprecio por parte de sus compatriotas. Según una encuesta reciente, en estos momentos le votaría un 0% de los israelíes. No hay errata: un cero por ciento.
La referida encuesta se dio a conocer luego de que se difundiera el informe provisional de la Comisión Winograd, el grupo de alto nivel que se ha encargado de analizar las fallas de Israel en la Segunda Guerra del Líbano. El documento es demoledor. Expone con todo detalle la ceguera voluntaria, la torpeza y la cuasi criminal falta de preparación de las más altas instancias del Gobierno durante la contienda y en los años previos a la misma.
La comisión arremete contra Olmert por tomar decisiones temerarias e infundadas. A su entender, el primer ministro cosechó "un grave fracaso en el ejercicio de la responsabilidad, la prudencia y el buen juicio". Los comisionados se muestran igualmente críticos con el ministro de Defensa, el inepto Amir Peretz, cuya incompetencia inutilizó la capacidad de Israel para defenderse de los ataques de Hezbolá, y con el entonces jefe del Estado Mayor del Ejército, Dan Halutz, que nunca alertó a sus ignaros superiores de que las Fuerzas Armadas no estaban preparadas para acometer una ofensiva terrestre en el sur del Líbano.
Para quienes están acostumbrados a asociar a Israel con la brillantez militar, leer el informe de la Comisión Winograd supone un ejercicio insoportable.
El detonante inmediato de la guerra tuvo lugar el 12 de julio de 2006, cuando Hezbolá perpetró una incursión en territorio israelí que se saldó con la muerte de tres soldados israelíes y el secuestro de otros dos por parte de los terroristas islámicos. Ahora bien, Hezbolá llevaba seis años preparándose abiertamente para la guerra; concretamente, desde que Israel se retirara unilateralmente del sur del Líbano, en mayo de 2000. Sin que ocultase sus intenciones en momento alguno, Hezbolá irrumpió en la zona abandonada por Israel y erigió una red de búnkeres fortificados y plataformas de lanzamiento de proyectiles; asimismo, desplegó miles de misiles y cohetes a lo largo de la frontera israelo-libanesa.
Entre tanto, Israel se dedicaba a la contemplación. No hizo nada ante la creciente amenaza. "Deberían haber estado sonando todas las alarmas", ha escrito el director del Jerusalem Post, David Horovitz. "Sin embargo, muchos de los sistemas de advertencia habían sido desconectados, literal o metafóricamente hablando. Y quienes trataron de poner el dedo en la llaga de unos peligros tan indiscutibles como inminentes fueron frecuentemente ignorados".
¿Cómo pudo Israel caer en semejante grado de relajo? ¿Qué explica tal letargo ante una amenaza letal que se tornaba cada día más peligrosa?
La respuesta, según la Comisión Winograd, es que buena parte de la élite política y militar israelí ha llegado a la conclusión de que su país se encuentra "más allá de la época de las guerras". Mientras que sus predecesores comprendían que el Estado judío nunca disfrutaría de la paz hasta que el enemigo decidiera abandonar las armas, la dirigencia actual se figura que puede alcanzar la paz mediante retiradas y políticas basadas en el comedimiento.
Como Israel no tenía intención alguna de emprender una guerra, dice el informe de la Comisión Winograd, sus más altos funcionarios decidieron que no necesitaba estar preparado para una guerra "real". Así pues, "tampoco había ninguna necesidad urgente de actualizar sistemática y elaboradamente la estrategia general de seguridad de Israel, ni de considerar cómo movilizar (...) todos sus recursos –políticos, económicos, sociales, militares, espirituales, culturales y científicos– para hacer frente a los desafíos que tiene planteados".
Hartos de luchar, deseosos de vivir con normalidad, los israelíes se sumieron en el letargo. Estrecharon la mano de Yaser Arafat, salieron corriendo del Líbano y expulsaron a los judíos de Gaza. Se consideraron responsables del odio que les profesan sus enemigos y, ante los atentados suicidas y los ataques con cohetes Kassam, optaron por poner la otra mejilla. Como escribió un analista israelí el año pasado, trataron de ser atenienses. Sin embargo, para sobrevivir en Oriente Medio, hasta los atenienses tienen que actuar a veces como espartanos.
"Estamos cansados de luchar", se lamentaba Olmert en un discurso que pronunció en 2005. "Estamos cansados de derrotar a nuestros enemigos". Por desgracia, aquellos que se cansan de derrotar a acaban siendo derrotados por sus enemigos.
En estos tiempos en que el más asediado de los aliados de América busca nuevos líderes, merece la pena que prestemos atención al premio Nobel de Economía Robert Aumann, que trabaja en la Universidad Hebrea:
La referida encuesta se dio a conocer luego de que se difundiera el informe provisional de la Comisión Winograd, el grupo de alto nivel que se ha encargado de analizar las fallas de Israel en la Segunda Guerra del Líbano. El documento es demoledor. Expone con todo detalle la ceguera voluntaria, la torpeza y la cuasi criminal falta de preparación de las más altas instancias del Gobierno durante la contienda y en los años previos a la misma.
La comisión arremete contra Olmert por tomar decisiones temerarias e infundadas. A su entender, el primer ministro cosechó "un grave fracaso en el ejercicio de la responsabilidad, la prudencia y el buen juicio". Los comisionados se muestran igualmente críticos con el ministro de Defensa, el inepto Amir Peretz, cuya incompetencia inutilizó la capacidad de Israel para defenderse de los ataques de Hezbolá, y con el entonces jefe del Estado Mayor del Ejército, Dan Halutz, que nunca alertó a sus ignaros superiores de que las Fuerzas Armadas no estaban preparadas para acometer una ofensiva terrestre en el sur del Líbano.
Para quienes están acostumbrados a asociar a Israel con la brillantez militar, leer el informe de la Comisión Winograd supone un ejercicio insoportable.
El detonante inmediato de la guerra tuvo lugar el 12 de julio de 2006, cuando Hezbolá perpetró una incursión en territorio israelí que se saldó con la muerte de tres soldados israelíes y el secuestro de otros dos por parte de los terroristas islámicos. Ahora bien, Hezbolá llevaba seis años preparándose abiertamente para la guerra; concretamente, desde que Israel se retirara unilateralmente del sur del Líbano, en mayo de 2000. Sin que ocultase sus intenciones en momento alguno, Hezbolá irrumpió en la zona abandonada por Israel y erigió una red de búnkeres fortificados y plataformas de lanzamiento de proyectiles; asimismo, desplegó miles de misiles y cohetes a lo largo de la frontera israelo-libanesa.
Entre tanto, Israel se dedicaba a la contemplación. No hizo nada ante la creciente amenaza. "Deberían haber estado sonando todas las alarmas", ha escrito el director del Jerusalem Post, David Horovitz. "Sin embargo, muchos de los sistemas de advertencia habían sido desconectados, literal o metafóricamente hablando. Y quienes trataron de poner el dedo en la llaga de unos peligros tan indiscutibles como inminentes fueron frecuentemente ignorados".
¿Cómo pudo Israel caer en semejante grado de relajo? ¿Qué explica tal letargo ante una amenaza letal que se tornaba cada día más peligrosa?
La respuesta, según la Comisión Winograd, es que buena parte de la élite política y militar israelí ha llegado a la conclusión de que su país se encuentra "más allá de la época de las guerras". Mientras que sus predecesores comprendían que el Estado judío nunca disfrutaría de la paz hasta que el enemigo decidiera abandonar las armas, la dirigencia actual se figura que puede alcanzar la paz mediante retiradas y políticas basadas en el comedimiento.
Como Israel no tenía intención alguna de emprender una guerra, dice el informe de la Comisión Winograd, sus más altos funcionarios decidieron que no necesitaba estar preparado para una guerra "real". Así pues, "tampoco había ninguna necesidad urgente de actualizar sistemática y elaboradamente la estrategia general de seguridad de Israel, ni de considerar cómo movilizar (...) todos sus recursos –políticos, económicos, sociales, militares, espirituales, culturales y científicos– para hacer frente a los desafíos que tiene planteados".
Hartos de luchar, deseosos de vivir con normalidad, los israelíes se sumieron en el letargo. Estrecharon la mano de Yaser Arafat, salieron corriendo del Líbano y expulsaron a los judíos de Gaza. Se consideraron responsables del odio que les profesan sus enemigos y, ante los atentados suicidas y los ataques con cohetes Kassam, optaron por poner la otra mejilla. Como escribió un analista israelí el año pasado, trataron de ser atenienses. Sin embargo, para sobrevivir en Oriente Medio, hasta los atenienses tienen que actuar a veces como espartanos.
"Estamos cansados de luchar", se lamentaba Olmert en un discurso que pronunció en 2005. "Estamos cansados de derrotar a nuestros enemigos". Por desgracia, aquellos que se cansan de derrotar a acaban siendo derrotados por sus enemigos.
En estos tiempos en que el más asediado de los aliados de América busca nuevos líderes, merece la pena que prestemos atención al premio Nobel de Economía Robert Aumann, que trabaja en la Universidad Hebrea:
Somos como el montañero que se queda atrapado en una ventisca. Está cansado y tiene frío, y quiere dormir. Si se duerme, morirá congelado. Pues bien, los israelíes nos encontramos en peligro terminal porque estamos cansados. Me permitiré decir unas cuantas palabras impopulares y nada corrientes: nuestra embestida por la paz, causada por el pánico, nos está perjudicando. Nos aleja cada vez más de la paz, y pone en peligro nuestra propia existencia. Las hojas de ruta, las capitulaciones, los gestos, las desconexiones, las convergencias, las deportaciones no traen la paz; todo lo contrario: traen la guerra, como vimos el verano pasado .
Con enemigos como Hezbolá, Israel no puede permitirse el lujo de estar cansado. Ah, por cierto, y por si a alguien se le olvida: Hezbolá también es enemigo de América.
JEFF JACOBY, columnista del Boston Globe.
JEFF JACOBY, columnista del Boston Globe.
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